miércoles, 25 de junio de 2008

El lujo sobrevive a la crisis

Pese al desplome que no cesa, las firmas más exclusivas baten récords de ganancias. ¿Hasta cuándo aguantará la orgía de consumo de los súper-ricos?
Gonzalo Suárez

En Londres, un magnate del acero desembolsa 147 millones de euros por la casa más cara del mundo. En Nueva York, los coleccionistas baten todos los récords para hacerse con lienzos de Francis Bacon o Lucian Freud. Y, en todo el mundo, las principales marcas de lujo presumen de beneficios sin precedentes. ¿No decían que estamos padeciendo la peor crisis económica desde 1929? Pues los súper-ricos no se están dando por enterados: mientras los demás hacemos nuevos agujeros en nuestro cinturón, ellos continúan la orgía de consumo desaforado de los últimos años.
Uno pensaría que, cuando las cosas vienen mal dadas, el primer recorte presupuestario serían los bolsos de Hermès o los trajes de Armani. Pero, según los economistas, el mundo real no funciona así: el lujo es uno de los sectores que soportan los embates de la crisis con mayor entereza. Al fin y al cabo, su clientela es inmune a los ahogos económicos del resto de los mortales. «Si tienes mil millones, no te importa tanto perder el diez por ciento: aún te quedan 900 para gastar», explica Milton Pedraza, director del Luxury Institute de Nueva York, que examina el consumo de los millonarios de todo el mundo.
Luz en la oscuridad
Esta crisis no está siendo una excepción. Cada semana, los mercados se tambalean ante nefastos datos de inflación o desempleo. Pero, con idéntica regularidad, las firmas de lujo desafían el pesimismo reinante con sus magníficas cifras de beneficios. Así, Prada anunció en abril los mejores resultados de su historia: sus ganancias aumentaron un 66 por ciento. En el primer trimestre de 2008, las ventas de Bottega Veneta se dispararon un 31,5 por ciento. Y la facturación de la principal empresa del sector, LVMH, propietaria de marcas como Louis Vuitton o Loewe, aumentó un 12 por ciento. «Este año, el mercado del lujo a escala global crecerá un siete por ciento, por encima del resto de la economía», asegura Teresa Martín-Retorillo, socia de Bain & Company, una de las principales consultoras del sector.
Un paseo por la «milla de oro» de la capital confirma la tendencia. Los compradores arrastran bolsas de Gucci o Dolce & Gabbana como si la crisis fuera un invento de cuatro economistas con demasiado tiempo libre. Así, en Ekseption, una de las tiendas multimarca más selectas de la ciudad, aseguran que las ventas crecieron un 28 por ciento en mayo. «Las clientas se lo piensan algo más, pero acaban comprando lo mismo que antes», señala Rafael Carrero, encargado del local. «Son gente de dinero que no sufre los problemas económicos del resto de los mortales». Pero, en esta crisis, el sector del lujo cuenta con una ventaja adicional: su bonanza ya no sólo depende de que las cosas marchen bien en Estados Unidos y Europa. En la última década se han creado fortunas en el resto del mundo: según la revista «Forbes», ya hay 1.125 milmillonarios en todo el planeta, el triple que hace un lustro. De ellos, más residen en Moscú (74) que en Nueva York (71): todo un síntoma del rumbo de la nueva riqueza. Así que ahora que las finanzas occidentales flaquean se puede confiar en que un ricachón de otro país se deje la chequera en descapotables, cuadros de Monet y apartamentos de la Quinta Avenida.
Consumidores compulsivos
Es lo que ha ocurrido en las recientes subastas de Nueva York, en las que Roman Abramovich pagó 34 millones de dólares por un cuadro de Lucian Freud, el más caro de la historia de un artista vivo. O en Palm Springs, donde un magnate ruso acaba de pagar 100 millones de dólares por la mansión de Donald Trump. «Los países ricos en materias primas y en petróleo están viviendo en la actualidad una época de esplendor y eso se refleja de forma consecuente en el mercado del lujo», asegura Juan Iranzo, director del Instituto de Estudios Económicos.
Para algunos expertos, el auge de esta «jet set» internacional es tan intenso que ha creado un universo económico paralelo. Entre ellos está Robert Franks, columnista del «Wall Street Journal», que lo ha bautizado «Richistán»: un país virtual formado por los más ricos entre los ricos, consumidores compulsivos de las marcas más exclusivas. «Esta crisis está demostrando que son casi inmunes a los vaivenes de la economía», asegura el periodista. «Mientras el resto del planeta se estremece, la fiesta continúa en ?Richistán?».
Pero, si el resto del planeta continúa su desplome, ¿hasta cuándo aguantará el cuerpo de los súper-ricos? Aquí, las opiniones de los expertos se bifurcan. Algunos analistas como Michel Chevalier, experto en lujo del ESSEC de París, siguen prediciendo un esplendoroso panorama para la próxima década. «Mientras siga incorporándose gente a la clase media-alta en las economías emergentes, el sector seguirá creciendo cerca del diez por ciento anual», asegura.
Los riesgos de la democracia
Otros, sin embargo, alertan de los riesgos de la excesiva «democratización» del lujo. Durante la época de bonanza, las grandes marcas aumentaron su cuota de mercado con productos de bajo precio: perfumes, pañuelos, marroquinería... «Esto cambia las cosas», explica Susana Campuzano, profesora del IE Business School y autora de «El universo del lujo». «El lujo siempre ha superado las crisis porque su consumidor tenía un elevadísimo nivel de ingresos. Ahora que las clases medias se han apuntado a estos productos, las empresas son más vulnerables a los vaivenes de la economía».
Y si de verdad estamos ante una crisis como la de 1929, ni los todopoderosos habitantes de «Richistán» conservarían sus ganas de fiesta. Gran parte de ellos son trabajadores de la City o de Wall Street que se dejan el sueldo en trajes, relojes y cochazos de marca. Si los «bonus» de fin de año empiezan a adelgazar ante las turbulencias bursátiles, ¿serán capaces de mantener su exorbitante tren de vida? Los más pesimistas no descartan que, tras superar los vaivenes financieros del último año, el mundo del lujo se lleve un susto dentro de unos meses. Pero, hasta entonces, los súper-ricos no tienen duda: que corra el Moët & Chandon.
LA RAZÓN, Domingo 22 de junio de 2008

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