martes, 19 de julio de 2011

Hay que saber contar...calorías

Ángeles López/Madrid

Ni restaurantes de comida rápida ni bares con menú del día. Parece que los dos fallan a la hora de ofrecer la información calórica que contiene el plato o la porción de comida que situada en el expositor. Los errores se dan tanto al alza como a la baja, y parece que el motivo es un mal control del tamaño de la ración y un exceso de calorías en las guarniciones.

Desde hace unos meses, Estados Unidos cuenta con una nueva normativa que obliga a restaurantes y demás sitios de venta de alimentos a mostrar en sus menús las calorías de cada plato. De esta manera, se pretende luchar contra la elevada tasa de obesidad ha aumentado de un 14% en 1976 a un 34% en 2008. Por otro lado, cada vez son más los ciudadanos de éste y otros países que optan por comer fuera de casa.

Por este motivo, especialistas en nutrición de la Universidad Tufts, en Boston (EEUU), han llevado a cabo un estudio en el que han analizado alimentos de 42 restaurantes y han comparado su contenido calórico con el que constaba en el menú del establecimiento. Los investigadores evaluaron la información alimenticia tanto de sitios de comida rápida como de restaurantes con menú del día.

De esta manera, vieron que de los 269 alimentos analizados el 40% contenía al menos 10 Kcal más por porción que las indicadas en el envase o menú y un 19% ofrecía al menos 100 Kcal de más por porción. Pero no todos los platos evaluados superaban en calorías la información ofrecida, ya que un 52% de ellos contaba con al menos 10 Kcal menos.

Aunque a priori la mayoría de las personas creería que los que más fallos podrían presentar eran los establecimientos de comida rápida, en este estudio se confirmó que existía mayor variabilidad en la discrepancia entre las calorías indicadas y la energía que realmente se demostró en el análisis en los alimentos que procedían de los otros restaurantes. Y en ellos, donde se detectaron más errores fue en el contenido calórico de las guarniciones que acompañaban a los platos principales.

"El análisis nos muestra que los alimentos ricos en carbohidratos y las ensaladas de guarnición presentaban más variabilidad en el contenido energético comparados con los sandwiches", afirman los autores del estudio publicado en la revista 'Journal of the American Medical Association' (JAMA).

Otro dato a tener en cuenta es que el mayor número de fallos se daba en los alimentos con menor contenido calórico, que en realidad contenían más calorías de lo que el menú o el envase decía, mientras que aquellos platos más fuertes tenían en realidad menos aporte energético de lo que el etiquetado decía.

Mayor conciencia

Los investigadores señalan que, aunque la variación calórica no era muy alta en la mayoría de los alimentos evaluados, hay que tener en cuenta que un 19% de los platos contenía 100Kcal extra, "esta cantidad puede causar una ganancia de peso de cinco a 15kg al año si se toma diariamente".

Por su parte, Linda Van Horn, profesora de Medicina Preventiva de la Universidad Northwestern en Chicago (EEUU), señala en un editorial, que también publica la revista 'JAMA', que los diferentes estudios realizados sobre nutrición muestran que ni las proteínas ni los hidratos de carbono ni la ingesta de grasa, "en resumidas cuentas, lo importante para conseguir perder peso es seguir una dieta con un menor aporte calórico".

Esta especialista señala que tanto el aporte energético como el aumento de las porciones parecen influir en una ingesta excesiva de energía y en un incremento del riesgo de sobrepeso. "Cuando el número total de calorías necesario para controlar el peso cada día se conoce y se comprende, una persona puede lograr un déficit calórico o un equilibrio energético negativo", afirma.

Finalmente, Van Horn sentencia que es fundamental que los padres estén concienciados de la importancia de las calorías diarias y de que puedan ser un modelo para sus hijos, ya que actualmente entre los adolescentes los snacks o los dulces representan el 40% de las calorías consumidas.

EL MUNDO, Miércoles 20 de julio de 2011

Imagen: El Mundo

miércoles, 13 de julio de 2011

Los peligros del 'fast food' cercano

Silvia R. Taberné Madrid
Un día rutinario para muchos trabajadores en cualquier parte del mundo puede convertirse en un problema para su salud. Llega al trabajo, come rápido, vuelta al trabajo y sale tarde. ¿A quién le apetece ponerse a cocinar? ¿No se merece una alegría gustativa en vez de un plato de verduras y frutas?
Resistirse a la tentación de la comida rápida es complicado, y más si se tiene en cuenta la dificultad que supone hoy en día pasear por cualquier calle que esté a salvo de los restaurantes 'fast food' y el precio de los menús que ofrecen, aunque su abuso suponga un serio riesgo para la salud. Este es el principal resultado al que han llegado investigadores de varias universidades estadounidenses en un estudio que se publica en la última edición de 'Archives of Internal Medicine'.
Tras seguir durante 15 años a más de 5.000 pacientes estadounidenses con edades entre los 18 y 30 años, los investigadores observaron que la falta de recursos económicos juega un papel determinante en la forma en la que se (mal)cuidan las personas y también la lejanía de los supermercados donde se pueden encontrar alimentos sanos.
"Una dieta sana no es barata", afirma tajante José Manuel Fernández Real, jefe de la sección de Diabetes del Hospital Josep Trueta de Girona. "En este tipo de restaurantes se puede comer por unos cinco euros, mientras que comer al menos dos veces pescado a la semana y todos los días fruta y verdura es algo que muchos bolsillos no se pueden permitir", explica este especialista.
Cultura vs. ingresos
'¿Cuántas veces a la semana va a comer o cenar al Burguer King, McDonalds o Pizza Hut?', se preguntaban en esta investigación. La media asusta. Desde 1985 a 2000 se calcula que aquellos que tienen bajos ingresos acudían a este tipo de establecimientos dos veces a la semana (2,1 en hombres y 1,6 en mujeres). Por su parte, los mismos encuestados mostraban pocos conocimientos sobre los niveles recomendados de ingesta de frutas y verduras.
Pero no es el único dato importante. "Se ha observado que estas personas tenían a menos de tres metros de su casa un restaurante de comida rápida o una tienda donde se venden alimentos precocinados. Mientras, los supermercados donde se puede adquirir más variedad de comida estaban más lejos", indican los autores del estudio.
Ante estos datos, Fernández Real comenta que más importante que la lejanía del establecimiento, "es más recalcable que las personas con bajos ingresos sólo van a poder comprar alimentos baratos, que suelen ser los ricos en colesterol".
"En Europa en general y en España en particular existe una conciencia de que hay que incluir verduras y frutas en nuestra dieta, por lo que en cierta manera estos datos no son extrapolables al caso europeo", asegura este doctor.
"También es una cuestión de cultura, aunque nunca se sabe qué prima antes: si la falta de dinero o saber que te estás perjudicando al saturarte con este tipo de comida", comenta Fernández Real. "Sin embargo, en España, aunque los ingresos no sean altos y no se llegue a los niveles recomendados, sí que se tiene más cuidado, por ejemplo a la hora de cocinar. Nosotros utilizamos aceite de oliva y en EEUU casi no se usa. Además, muchos de estos 'fast food' han incluido en sus menús ensaladas y también existen buffets de ensaladas, algo que aún no está extendido en EEUU", añade.
Pero para no caer en este tipo de problemas, Fernández Real afirma que "si ya se ha llegado a concienciar a la población de que la mejor dieta es la mediterránea, ahora se tendrían que tomar medidas políticas para que todo el mundo pueda disfrutar de unas comidas ricas y variadas en la que su nivel económico no sea detonante de enfermedades serias", argumenta.

EL MUNDO, Martes 12 de julio de 2011

Imagen: El Mundo

martes, 5 de julio de 2011

Comida de grillo

Pedro Trapiello

Si haces caso a Popeye y le endilgas a tu criatura espinacas, resulta que la estás metalizando . No procede. Las acelgas tampoco. Advierte la autoridad sanitaria que no se les dé estas verduras a rorrós y guajinos porque suelen contener metales peligrosos, ponzoña añadida en fertilizantes o contaminación ambiental.
El mito de las espinacas acaba de fallecer. De repente. Los adultos se hacen cruces. Los niños dicen ¡yupi! ¿Cabrá querellarse contra Popeye por agobiar a los niños en sus dibujos para que hagan caso a mamá y engullan ese forraje en purés o croquetas? ¿Eran esas espinacas con metales la razón de que sus mamporros fueran mazazos metálicos?
Lo mismo ha ocurrido con el mito del atún rojo o el pez espada. El ministerio dice ahora que no lo coman embarazadas y niños por parecidas razones metaloides. Coñó. Y de chupar la cabeza de las gambas, tararí. El atún tiene algo envenenado (además del precio), aunque un tripalari de sushi japonés asegura que eso es falso, que buscan meter miedo para reducir el consumo porque la especie está abrasada y se le dispara el precio.
Así las cosas, después de ver vacas locas y pollos con estrógenos, perdimos la fe en la granja y en las praderas. Ahora perderemos la fe en la huerta y el labrador, la última fe, una fe fusilada cada amanecer en las plazas de abastos y mercados de origen. ¿Y sigues pensando que aún nos queda la fe en el mar?
Antes, él único metal que venía en productos naturales era el hierro de las lentejas. Insistían mucho las abuelas en que comiéramos dos cacetas colmadas. Objeté yo que si comíamos muchas acabaríamos meando alambre y me gané un cachete por chistoso (pero sigo pensando lo del alambre).
Se pregunta Sócrates ¿y qué más da evitar comer esos metales que puedan ir en las espinacas o el atún, si los pillas todos de golpe en una sola bocanada en cualquier plaza con tráfico?
En fin, Popeye, si esto vale para que se vaya relajando tanta pasión por las ensaladas piruleras con frutos, berzas y nabos, tan de moda y forrajeras, ¡bienvenida sea la alarma y hasta los brotes de soja propinados con bacteria criminal!, pues ya quedó dicho hace siglos: De lo que come el grillo, poquillo .



DIARIO DE LEON, Lunes 4 de julio de 2011

Atunes, gambas, espinacas...

EFE - 04/07/2011
Caius Apicius Madrid, 4 jul (EFE).- Una recomendación en principio bastante inocente de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) ha disparado las alarmas nacionales y provocado la efusión de ríos de tinta y torrentes de palabras en una semana en la que, la verdad, la actualidad proporcionaba bastantes más temas de interés.
Nos referimos, como habrán intuido, a las advertencias sobre el consumo por determinados segmentos de la población de algunos alimentos, entre ellos los grandes atunes, el pez espada, los tiburones, las cabezas de gambas y familiares, las acelgas, las espinacas...
Primer apunte: nada que no supiéramos ya. Entonces, ¿a qué viene volver ahora sobre el tema? La contaminación de especies marinas por metales pesados no es ninguna novedad: la relación entre el hígado del atún y el mercurio es una vieja conocida. Poco más o menos cabría decir del cadmio contenido en las cabezas de determinados crustáceos. Y que algunas verduras de hoja incluyen en su composición elementos poco deseables, tampoco: nada es perfecto.
Ocurre que estamos en un país de hipocondríacos, que además derivan esa obsesión por la salud -"nefasta", me decía hace años el maestro Néstor Luján- hacia el único terreno en el que creen que pueden decidir, que es el de la alimentación.
Somos un país, permítanme el palabro, de gastrocondríacos, que al paso que va acabará haciendo una dieta monográfica de lechuga, que se merece que no sea nunca de una variedad distinta a la insipidísima iceberg, comida sin sal -¡por Dios, la tensión!- y sin aceite -¡grasas, qué horror!-.
Verán, no es lo mismo "puede suceder" que "sucede". Y lo que no puede hacerse es alarmar al personal con informaciones cualitativas. Me explico con una anécdota sufrida por un amigo mío, importador de caviar cuando el ICEX permitía pescar esturiones en el Caspio.
El caviar, como saben ustedes, son los huevos, que no las huevas, del esturión hembra. Es un producto frágil y perecedero, que necesita ayuda para conservarse, tampoco crean que mucho tiempo, como tope seis meses. Lo tradicional era, a ese objeto, añadirle o bien sal, o bien ácido bórico. Lo primero no contribuía a mejorar el producto: un caviar muy salado es una desgracia. Lo segundo se usaba masivamente como conservante, a escala doméstica, de mariscos y pescados. Pero... alguien descubrió que la ingesta de ese ácido podía tener malas consecuencias para la salud, y se reguló su uso, fijando un máximo por kilo de producto tratado.
Bien, el buen caviar tenía ácido bórico. Por si acaso, en Barajas se procedía a analizar una muestra de cada envío. Una muestra de 1,8 kilos, que es lo que pesa cada envase original: los inspectores no se andaban con chiquitas. Y bastaba que contuviera ácido bórico para que no se autorizase esa partida. Ojo: no se decía cuánto ácido bórico contenía: trampa. Porque hay una mínima cantidad autorizada. Pero no: bastaba con que cualitativamente se detectara para emitir ese veredicto condenatorio; hacer un análisis cuantitativo, como sabe cualquiera que haya estudiado Química, es algo más latoso que limitarse a descubrir indicios de determinada sustancia.
Pero hay que decir cuánto. Hace años se acusó a las conservas de almejas chilenas de contener cadmio, cancerígeno. Alguien, meses después, reveló el asombroso número de latas de almejas que un ciudadano debería comerse diariamente, durante más de cien años, para ingerir una cantidad de cadmio preocupante. ¿Cuántas cabezas de gamba habrá que chupar al día para obtener el mismo resultado...? Por si acaso, no se dice.
Así que yo seguiré comiendo atún blanco con toda tranquilidad: nunca me he comido su hígado, y no voy a empezar ahora. Seguiré sin comer, en lo posible, atún rojo por respeto a una especie en gravísimo peligro. Este verano volveré a disfrutar de las tapas de marrajo, una especie de escualo, adobado y frito que despachan por toneladas en el "Kilowatio" de Cedeira. Seguiré sin hacerle caso al hit parade de las gasolineras de mi amigo José María Íñigo y no chuparé las cabezas de las gambas, pero no por el cadmio, sino por cierta manía que uno les tiene a las cabezas en general.
Evidentemente, no estoy en un grupo de los señalados como "de riesgo". Ni estoy embarazado ni tengo menos de cuatro años. Por esta segunda razón me gusta que me expliquen las cosas, y que los responsables de la gobernación del país no se acostumbren a confundir "recomendar" con "prohibir", verbo al que últimamente se les ha detectado cierta querencia.
Insistamos: "puede ser" no equivale a "es". "Advertir" es una cosa, "recomendar" otra y "prohibir" debería ser lo último, tras pensarlo mucho y muy bien. Ustedes échenle sentido común, también a su alimentación. Cuídense, pero sin obsesionarse.
Por cierto que lo de las acelgas ya podían haberlo dicho ustedes cuando uno era pequeño, caballeros; la de sinsabores -y nunca mejor dicho lo de "sin sabores"- que me hubiera ahorrado yo en cada convalecencia infantil a dieta de acelgas hervidas. No hay derecho; no, señor. EFE cah/cat

EL CONFIDENCIAL, Martes 5 de julio de 2011

Sanidad aconseja a embarazadas y niños no comer atún rojo, pez espada, acelgas ni espinacas

La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) recomienda a embarazadas y niños de hasta siete años no consumir pez espada o atún rojo. En una nota emitida hace unos días por esta agencia se considera que estas especies están contaminadas por mercurio. También hace recomendaciones sobre el consumo de crustáceos y hortalizas.

100gr. a la semana superaría la ingesta tolerable de mercurio en una embarazada

Según la AESAN, dependiente del Ministerio de Sanidad, 100 gramos de pez espada a la semana superaría la ingesta tolerable de mercurio en una embarazada. Los niños de entre 7 y 12 años no deberían comer más de una ración de 50 gramos.El problema del pez espada o del atún rojo es que por su larga vida se convierten en bioacumuladores de metales pesados. El mercurio industrial ha acabado en las cadenas tróficas de los mares sin degradarse.
Nitratos en acelgas y espinacas
Hay también una advertencia respecto a algunas verduras. Por la presencia de nitratos, la AESAN desaconseja el uso de hortalizas de hoja, como espinacas, apio, acelgas o lechuga, para purés de bebés durante el primer año de vida.

Se desaconseja comer más de una ración de este tipo de hortalizas al día hasta que cumplan tres años. Los niños de 1 a 3 años se consideran la población más expuesta a nitratos.
Chupar cabezas de crustáceos: ojo al cadmio
Hay una tercera recomendación, referida a los crustáceos y atañe a la costumbre de saborear también la cabeza de gambas, langostinos, cigalas y bogavantes, o los jugos de centollos, cangrejo o buey.

El cadmio puede llegar a dañar los riñones o el hígado

En este caso el problema es el cadmio. La AESAN recomienda limitar el consumo de carne oscura de los crustáceos, localizada en la cabeza, para reducir la exposición a cadmio (metal presente en las pilas eléctricas y en vertidos industriales). El cadmio, en dosis elevadas, puede dañar riñones e hígado, donde tiende a acumularse entre diez y 30 años. También causa desmineralización de huesos y se considera un importante agente cancerígeno.



20 MINUTOS, Viernes 1 de julio de 2011

La lista (negra) de la compra

Isaac Rosa


Es verdad que los niveles de metales son una preocupación constante de las autoridades, pero el pescado azul es tremendamente saludable.” -Leire Pajín, ministra de Sanidad-

La lista de la compra cada vez tiene más tachaduras: las últimas, el atún, el pez espada, las gambas, y las acelgas y espinacas para bebés. Sí, es verdad que después de soltar la advertencia, las autoridades –presionadas por los sectores afectados- nos tranquilizan y nos animan a seguir consumiendo sin miedo. Pero coincidirán conmigo en que no da mucha confianza un alimento que las embarazadas y los niños deben evitar, o que el resto de la población puede comer pero sin pasarse.
Como lo del mercurio en los atunes se sabe desde hace tiempo, cabe pensar que seguiremos comiéndolos como si nada, pues en la alimentación nos domina desde hace tiempo una forma de resignación: nos hemos convencido de que, en mayor o menor medida, todo lo que comemos es dudoso, pero lo asumimos como un precio por vivir en una sociedad avanzada.
La primera parte del razonamiento es bastante cierta: todo lo que comemos es dudoso, pocos productos de la industria alimentaria resisten hoy un examen a fondo. Apliquen el análisis de los atunes a las hortalizas llenas de pesticidas, los cerdos y terneras criados en condiciones insalubres e hinchados a antibióticos, o los pollos y huevos que ya sabemos que tienen toxinas. En todos los casos cabría hacer recomendaciones de consumo moderado y grupos de riesgo, y se acumulan evidencias sobre su relación con la proliferación de cánceres, todo tipo de enfermedades y alergias.
Pero la segunda parte del razonamiento fatalista no tiene por qué ser cierta: no podemos aceptar que la contaminación alimentaria es inevitable. Al contrario, hay que denunciarla y exigir otras formas de producción. Es cierto que es inseparable a un modelo de desarrollo económico que llena el mar de mercurio –la pregunta que deberíamos hacer tras saber lo del atún es ¿de dónde ha salido todo ese mercurio?-, y que busca el máximo beneficio fabricando comida. Pero antes que un motivo de resignación, debería ser una razón más –y no menor precisamente- para cambiar un sistema que perjudica seriamente a la salud. La nuestra y la del planeta.



PÚBLICO, Lunes 4 de julio de 2011

Grandes diferencias de calidad en la leche entera

Ángel Díaz/Madrid
La calidad general de la leche entera que se consume en España ha empeorado durante la última década, aunque existen grandes diferencias entre unas marcas y otras, sin llegar a representar en ningún caso un problema para la salud. Estas son las principales conclusiones que se desprenden del informe que acaba de elaborar la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU).
Tras analizar 47 marcas de leche entera, la OCU ha identificado "abismales" diferencias de calidad, mayores a las que pueden encontrarse en otros alimentos, según este organismo. Además, el estudio ha revelado un "descenso de la calidad en las cualidades nutricionales y composición de la leche", lo que podría deberse a que "las exigencias de la ley se han rebajado".
Algunos de los problemas que señala la OCU se refieren a la presencia de proteínas degradadas debido a un excesivo tratamiento térmico de la leche, así como fosfatos y otros estabilizantes no declarados en el etiquetado. Ninguna de estas circunstancias representa un peligro para la salud pública, aunque afectan a la calidad de la leche.
La leche ha de someterse a un proceso térmico para ser desinfectada, pero, según el citado informe, a veces el tratamiento es inadecuado, ya que degrada la calidad del producto sin aumentar la seguridad. "Una de las consecuencias directas puede ser la alteración del propio sabor de la leche y la disminución de la calidad nutricional de la proteína", explica la portavoz de la OCU, Ileana Izverniceanu, quien añade que, en cualquier caso, este problema "no entraña ningún riesgo para la salud".
Producto envejecido
"Hemos encontrado 12 marcas con niveles de glicomacropéptidos elevados, que indican que la leche está envejecida", señala la portavoz del organismo. Además, se ha detectado la presencia de estabilizantes en 15 muestras. "Habitualmente se emplean fosfatos sódicos que pueden desbalancear el equilibrio calcio/fósforo y alterar la absorción del calcio", explica Izverniceanu.
"El fósforo compite con la absorción del calcio", aclara Javier Aranceta, presidente de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria. "Puede aumentar el riesgo de osteoporosis, pero el problema no está en la leche, sino en los saborizantes que se le añadan", añade.
"Hace 10 años, cuando hicimos nuestro anterior análisis de leche, estaba en vigor una normativa nacional, más rigurosa que la normativa europea" actualmente en vigor, señalan desde la OCU. "En nuestro actual estudio, 13 muestras no cumplirían con la normativa anterior", añade la portavoz.
La leche y sus derivados son una parte fundamental en la nueva campaña de concienciación sobre nutrición que ha presentado el Gobierno de EEUU, en sustitución de la clásica pirámide alimentaria. Sin embargo, los expertos recuerdan que en España la leche no es un elemento imprescendicible para seguir una dieta adecuada, y menos aún la leche entera. Alimentos como el pescado o las verduras pueden aportar también proteínas y evitan las grasas saturadas.
"En el mundo anglosajón los lácteos son muy importantes, pero nosotros preferimos la dieta mediterránea, de la cual la leche no es un elemento esencial", señala el doctor Ramón Estruch, del Servicio de Medicina Interna del Hospital Clínic de Barcelona. Este experto recuerda que la leche entera puede ser una preocupación como "fuente de grasas saturadas", las cuales pueden provocar enfermedad cardiovascular. "Por ello, recomendamos que, si se toma leche, sea desnatada", añade.
El doctor Aranceta coincide en que, a partir de los 14 a 16 años, la mejor opción es la leche desnatada. "El objetivo ha de ser reducir las grasas de todas las fuentes posibles". Hasta que se alcanza esa edad, "la mejor opción puede ser la semidesnatada, que tiene la mitad de contenido graso".


EL MUNDO, Martes 21 de junio de 2011

¿Por qué no puedo comer sólo una patata frita?

Ángel Díaz/Madrid

Las comidas que menos nos convienen son las que más nos apetecen, y ante las cuales somos más dados a dejarnos llevar por la gula. Esta incómoda circunstancia -que cualquiera que haya estado alguna vez a dieta ha sentido en sus propias carnes- parece deberse en buena parte a la acción de los endocannabinoides, sustancias que nuestro propio organismo genera y cuyas características bioquímicas son similares al componente activo de la marihuana.
Tal es la conclusión que se desprende de un estudio con roedores cuyos resultados acaban de presentarse en 'Proceedings of the National Academy of Sciences'. Las ratas que se usaron en el experimento segregaban estas sustancias neurotransmisoras en su aparato digestivo cuando se las exponía a alimentos ricos en grasas, un efecto que no se reproducía cuando se las alimentaba con proteínas o azúcares.
El investigador Daniele Piomelli, de la Universidad de California en Irvine (EEUU), y sus colegas creen que este mecanismo ha de darse también en humanos, como un vestigio evolutivo que nos impulsa a consumir todas las grasas que podamos. El motivo es que estas escasean en un entorno natural y son fundamentales para el funcionamiento celular. Sin embargo, hoy en día, los productos ricos en grasas están por todas partes, y su abuso genera obesidad, diabetes y enfermedad coronaria.
El proceso químico que despierta la gula comienza en la lengua, que detecta las grasas y envía una señal al cerebro. Desde ahí, y a través del nervio vago, llega al tracto digestivo, donde se estimula la producción de cannabinoides. Estos neurotransmisores incrementan la señalización entre células de tal forma que despiertan un apetito voraz, según explican los autores del estudio. Este es el motivo, indican, por el que no es fácil comer una sola patata frita: una vez que se ha iniciado el proceso, resulta más difícil controlar nuestro instinto por acaparar grasas. "Es la primera demostración de que la señalización de endocannabinoides en el intestino desempeña un importante papel en regular la ingesta de grasa", explica Piomelli.
La buena noticia es que, en un futuro, podrían crearse fármacos que bloquearan los receptores de endocannabinoides en el aparato digestivo. De esta forma, se podría detener el mecanismo que nos hace desear más grasas sin necesidad de intervenir en el sistema nervioso, donde actuar sobre los receptores de los neurotransmisores tendría mayores efectos secundarios, incluidos algunos como la ansiedad y la depresión.
En cualquier caso, expertos consultados por ELMUNDO.es consideran que estos fármacos sólo serían útiles para algunos pacientes, aquellos cuyo apetito desmedido estuviera enraizado en la acción de los cannabinoides. Pero en otros casos, incluidos la mayoría de los llamados trastornos por atracón o la bulimia, "la sustancia no es la causa del problema, sino que se dan otras vulnerabilidades psicológicas", explica el doctor Fernando Fernández-Aranda, de la Unidad de Trastornos Alimentarios del Hospital Universitario de Bellvitge y jefe de grupo del CIBERobn.
Este especialista recuerda, además, que es mejor dejarse llevar controladamente por el apetito, e ingerir con moderación alimentos grasos, que intentar restringir demasiado la dieta para después sucumbir a un atracón cuando ya no aguantamos más.



EL MUNDO, Martes 5 de julio de 2011

Imagen: El Mundo