jueves, 18 de febrero de 2010

Anuladas por “abusivas” trece cláusulas bancarias

N.CARRETERO
Trece cláusulas que las entidades Santander, BBVA, Bankinter y Caja Madrid aplicaban en sus contratos de tarjetas de crédito, hipotecas y préstamos, fueron ayer declaradas “abusivas, desproporcionadas y confusas” por el Tribunal Supremo, en una sentencia fruto de un recurso interpuesto por la OCU. Las condiciones quedan, por tanto, declaradas nulas, entre ellas la que obligaba al propietario de una tarjeta robada a asumir los posibles fraudes que se cometieran con ella. También ha sido anulada la prohibición de vender el bien que garantiza la hipoteca.
CONDICIONES QUE EL SUPREMO HA SUPRIMIDO
1. Comisiones.
Anulada la cláusula que impide conocer qué comisiones se van a cobrar y la que obliga a hacerse cargo de los gastos que supongan un proceso judicial.
2. Responsabilidades. Sin validez la responsabilidad del cliente en caso de que alguien falsifique un cheque y lo cobre y la que exime a la entidad si el cajero no funciona.
3. Rescisiones. Anulada la cláusula por la que la entidad podía rescindir una hipoteca por cualquier causa o la que eximía al banco de los fallos en contratos por motivos informáticos.
4. Robos o extravíos. Hasta ahora estas entidades no tenían responsabilidad en caso de robo o extravío de la tarjeta antes de la notificación. Ahora, este punto ha sido declarado nulo.
PRÉSTAMO E HIPOTECAS
Se podrán arrendar las fincas hipotecadas.
El Supremo ha declarado abusiva la prohibición de arrendar las fincas hipotecadas, aunque admite que esto puede disminuir el valor del inmueble.
Compensar deudas de un mismo cliente.
En cuanto a préstamos, queda anulada la condición por la que se podían compensar deudas de clientes con saldos positivos de otros de sus productos.
QUÉ!, Jueves 18 de febrero de 2010

lunes, 15 de febrero de 2010

Cómo saber qué engorda por su etiqueta

Beatriz Muñoz – Madrid
Confusión. Éste es, sin duda, el calificativo que mejor define a las etiquetas que aparecen en cualquier producto. Demasiados términos, cifras descompensadas y, sobre todo, dificultad a la hora de poder interpretarlas y sacar algo claro. Esta situación se vuelve todavía más complicada cuando el consumidor va en busca de alimentos para perder peso o que, en su defecto, contengan pocas calorías y grasas. Pero, ¿en qué hay que fijarse y qué elementos nos dan la clave de que se está eligiendo bien? Según explica Emma Ruiz Moreno, directora de proyectos de la Fundación Española de Nutrición (FEN), el orden de elementos más importante reside en “energía, macronutrientes como proteínas, hidratos de carbono y grasas, micronutrientes como vitaminas y minerales y fibra. Sin embargo, la calidad la da el equilibrio entre ellas, y a que, aunque a priori tenga pocas calorías, si la grasa en básicamente saturada o tiene mucho sodio, el producto no es tan saludable”. Por tanto, la medida más sencilla reside en conocer qué hay detrás de los elementos que aparecen en una etiqueta.
1.- CALORÍAS
Corresponden al aporte energético que posee un producto. Para Susana Santiago Neri, dietista – nutricionista y miembro del Instituto de Ciencias de la Alimentación de la Universidad de Navarra (Icaun), “es preciso distinguir entre los denominados alimentos light para los que, según la legislación vigente, se contemplan tres categorías; si aparecen como “bajo valor energético”, el producto debe aportar menos de 40 calorías por cien gramos de producto sólido o 20 calorías por cien mililitros si se trata de uno líquido. Si en la etiqueta pone “valor energético reducido” corresponde a los líquidos con menos de cuatro calorías”. En el caso de que se trate de productos que están destinados para las dietas de control de peso, la legislación establece, según Santiago, que “los sustitutivos de una comida deben aportar entre 200 y 400 calorías”.
2.- GRASAS
La cantidad y la calidad son la clave para identificar cuál es la más indicada. Por ejemplo. las saturadas y parcialmente hidrogenadas o “trans” son las más nocivas por su directa vinculación con las patologías cardiovasculares. Sin embargo, las poliinsaturadas como las del aceite de oliva con las más beneficiosas para la salud. Según la doctora Joima Penisello, presidenta de la Fundación para el Fomento de la Salud (Fufosa), “hay que evitar los alimentos preparados con grasas que se sospeche que pueden ser hidrogenadas, escondidas habitualmente bajo el término de vegetales”. Aunque no tiene un carácter obligatorio, muchas empresas han optado por incluir en el etiquetado el concepto de cantidad diaria orientativa (CDA). Según Santiago, “para una ingesta diaria de energía de 2.000 calorías, se ha establecido una CDA de 70 gramos de grasas al día y 20 gramos de saturadas”. Actualmente, los límites establecidos son, tal y como explica la experta, “bajo contenido en grasa”, si el producto “no contiene más de tres gramos por cada cien en el caso de los sólidos o 1,5 gramos por cada cien mililitros si se trata de un líquido”. Si aparece bajo la denominación “sin grasa”, el producto “no debe tener más de 0,5 gramos”, añade. Y, en el caso de “bajo contenido en grasas saturadas”, lo establecido está en “si la suma de ácidos grasos saturados y de ácidos grasos trans en el producto no es superior a 1,5 gramos por cada cien gramos para los productos sólidos y a 0,75 gramos por cien mililitros para los líquidos. En cualquier caso, la suma de ácidos grasos trans no deberá aportar más del diez por ciento del valor energético total”, advierte Santiago.
3.- AZÚCAR
En la mayoría de los productos destinados para perder peso se suele sustituir el azúcar por edulcorantes. Sin embargo, Ruiz advierte de que “aunque no aporte calorías, si lleva fructosa, que es un monosacárido como la glucosa, tendría las mismas calorías”. Pese a que el límite es de 90 gramos al día, Santiago insiste en que si en la etiqueta aparece “sin azúcares”, el producto “debe contener menos de 0,5 gramos por cada cien gramos o cien mililitros”. En cuanto a la denominación “bajo contenido en azúcares”, el límite se halla en “cinco gramos en el caso de los sólidos y 2,5 gramos si se trata de un líquido”. En el caso de que en la etiqueta aparezca “sin azúcares añadidos”, conviene saber que sólo se puede establecer cuando, según Santiago, “no se ha añadido ningún tipo de azúcar ni ingrediente con el fin de endulzar el producto”.
4.- COLESTEROL
Al no estar catalogado como un nutriente esencial, no es obligatorio que aparezca en el etiquetado. Sin embargo, “la cantidad que ingerimos normalmente es del orden de miligramos, por lo que su contribución energética no es significativa (un gramo de grasa aporta nueve calorías). Sí que es cierto que se recomienda una ingesta promedio de aproximadamente 300 miligramos al día, por el riesgo cardiovascular asociado a su ingesta excesiva”. Aunque en ningún caso es recomendable una dieta rica en colesterol, Ruiz advierte de que la clave para reducirlo reside en disminuir “los ácidos grasos saturados y grasas trans”.
5.- SODIO
Pese a que su ingesta no engorda, su abuso se puede convertir en el principal enemigo de unos niveles de tensión adecuados. Preside desde todo tipo de embutidos, snacks y conservas. Por ello, según Ruiz “las recomendaciones actuales se sitúan en 6 gramos al día”. Los límites que ha marcado la legislación en cuanto a su presencia en el etiquetado son: “ si aporta menos de 0,12 gramos por cada cien gramos estamos ante un producto con bajo contenido en sodio. Si aparece la denominación muy bajo contenido en sodio, significa que no supera los 0,004 gramos por cien miligramos. Por último, cuando se supone que el producto no contiene sodio, el límite máximo está en 0,005 gramos”.
6. – FIBRA
Es el producto estrella de cualquier alimento para controlar la línea o para mejorar el tránsito intestinal. Sin embargo, “la mayoría contienen una mezcla de dos tipos de fibra, pero algunos destacan por contener más proporción de uno de ellos”, aclara Ruiz. Teniendo en cuenta la legislación, para que en la etiqueta aparezca el término fibra “debe aportar como mínimo seis gramos por cada cien, o tres por cada cien calorías”, explica Santiago. Asimismo, continúa la experta “también se admite la declaración fuente de fibra en el caso de que aporte como mínimo tres gramos por cada cien o 1,5 por cien calorías”. Para saber cuál es la más adecuada para cada persona, conviene tener en cuenta “el efecto fisiológico que se desee conseguir. Así, la insoluble es más efectiva para combatir el estreñimiento, mientras que la soluble contribuye a controlar la glucosa y el colesterol”, concluye Santiago.
Luz y taquígrafos
Miguel Ángel Almodóvar
La claridad y la precisión del etiquetado de los alimentos ha mejorado en los últimos años, pero aún queda camino por recorrer. Para empezar, siempre convendría que las cantidades se referenciaran respecto a la Cantidad Diaria Recomendada (CDR). La energía, expresada en kilocalorías, y cuya cantidad depende del sexo, la edad y la actividad física habitual, debiera provenir en un 55 por ciento de hidratos complejos, el 30 por ciento de grasas y el 15 por ciento de proteína; éstas, las proteínas, entre 0,7 y 0,8 gramos diarios por kilo de peso; la fibra, sabiendo que el organismo necesita entre 25 y 30 gramos al día; vitaminas y minerales, todo un mundo; y grasa, que en el etiquetado suele ser la madre del cordero, ya que aún se admite el eufemismo de “grasa vegetal”, para encubrir saturadas grasas de palma y coco. El capítulo final, el de los aditivos, suele ser de matrícula de honor, porque a veces esconden sustancias tan preocupantes y adictivas como el glutamato monosódico.
A TU SALUD – LA RAZÓN, Domingo 14 de febrero de 2010

Comer bien: menos sal, mejor salud

CARMEN IBÁÑEZ
NUTRICIONISTA DE SALUD PÚBLICA

La sal ha sido importante siempre, moneda de cambio como demuestra la palabra salario. Muchas veces hemos oído: “La sal de la vida” para expresar un sentimiento de placer y plenitud, es un reflejo de algo bueno, pero sin engañarnos, la sal siendo necesaria, no hay que usarla de forma desmedida.
Por el tipo de alimentación, los españoles empleamos unas dosis de sal altas, demasiado altas. Son habituales los alimentos sabrosos; frutos secos, patatas fritas, embutidos, fritos de todo tipo. La sal no sólo está presente en las comidas, también cuando tomamos un aperitivo, una bebida, refresco o copa de vino o licor, siempre hay una tapa o un pequeño platito acompañante a la bebida, generalmente salado.
La sal común, químicamente está compuesta de cloro y sodio, formando cloruro sódico, muy abundante en el agua del mar. En el organismo la sal está en disolución, no forma cristales, y participa activamente junto con el potasio en el equilibrio de los líquidos del cuerpo, permitiendo el intercambio sodio – potasio entre células de los tejidos y el líquido interticial circundante. Si nosotros mantenemos buenos niveles de potasio, podemos disminuir la ingesta de sal con los alimentos, no añadiendo sal extra sino tomando solo la contenida en los mismos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha promovido una participación voluntaria por parte de los gobiernos de los distintos países, a través de los institutos de salud pública y sectores de la industria alimentaria, para reducir el contenido en sal de distintos alimentos con un alto índice de ingesta en la población mundial. El consumo habitual de sal en la mayor parte de la población adulta excede de los 10 gramos por persona y día.
En España, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) puso en marcha un Plan de Reducción del Consumo de Sal, en marzo de 2009, cuyo objetivo era acercar a la población a una ingesta de sodio próxima a las recomendaciones diarias de la OMS para este elemento y que estaban en menos de 5 gramos por persona al día. El consumo medio de sal en España es de 9,7 gramos, casi el doble de la cantidad recomendada.
Los resultados obtenidos a principios de este año en distintos estudios en países como Reino Unido, Italia, Japón, Países Bajos o Estados Unidos, aportan evidencias que establecen una relación directa entre el consumo alto de sal en la dieta y un mayor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, ictus e hipertensión.
Una reducción en el consumo de sodio en la dieta de 5 gramos supondría un descenso de alrededor de 3 millones de episodios cardiovasculares cada año en todo el mundo. La OMS estima que el 62 por ciento de las enfermedades cerebrovasculares y el 49 por ciento de la enfermedad isquémica cardiaca se pueden atribuir a presiones arteriales altas. En el Reino Unido se ha estimado que una reducción del consumo de sal en la población de 3 gramos al día supondría una disminución en la presión arterial suficiente para evitar 11.000 muertes por isquemia cerebral y 7.700 por infarto.
Alimentos procesados
La reducción en el consumo de sal es una de las formas más sencillas, eficaces y baratas de disminuir la prevalencia de las patologías cardiovasculares. Un estudio realizado por la OCU, encargado por AESAN, ha determinado que los alimentos que más sal aportan a la dieta de los españoles son los embutidos, pan y panes especiales, lácteos y derivados y los platos preparados. Con estos resultados podemos determinar que aproximadamente el 75 por ciento de la sal consumida procede de los alimentos procesados. Se conoce como sal oculta en los alimentos y el comensal no sabe cuánta ingiere.
Para conseguir mejorar los niveles de consumo, es necesario que la población colabore; un mejor conocimiento de la cantidad de contenidos en los alimentos en su etiquetado, es decir, una regulación más estricta; campañas de sensibilización para promoción de la salud y el impulso por parte de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria de actuaciones similares a la llevada a cabo con la reducción paulatina del contenido de sal en el pan en un 26,4 por ciento consiguiendo así que el pan que se adquiera actualmente en España sea uno de los más bajos en contenido en sodio de la UE.
Aunque para muchas personas una disminución de la ingesta de sal puede suponer un sacrificio, si son constantes, además de ganar en salud, terminarán descubriendo un nuevo mundo de sabores naturales en los alimentos, sin sal añadida. La experiencia merece la pena.
PAUTAS
Procurar no sazonar los alimentos con sal, o con la menos posible, estos ya contienen la suficiente y el organismo no necesita mucha más.
También podemos utilizar pimentón, cebolla y/o ajo finamente picado o simplemente en polvo, para espolvorear alimentos como carne, pescado, pollo o legumbres y hortalizas.
Evitar salazones y ahumados.
Evitar embutidos y carnes muy curadas.
Elegir alimentos frescos o congelados, evitando las conservas.
Consumir frutos secos tostados o crudos sin sal.
En alimentos preparados comprobar el contenido en sal, elegir siempre aquellos con reducción de la misma.
Cuidado con las margarinas, algunas con altos contenidos en sal.
Los cereales muesli y all-bran, con bajas cantidades de sal.
Emplear salsas con bajo contenido en sodio.
ABC – SALUD, Sábado 13 de febrero de 2010.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La bella...y la bestia

DANIEL MÉNDEZ
El dicho “comer con los ojos” tiene, como todo el refranero popular, su base científica. Cuando nos inclinamos por el alimento con mejor aspecto, respondemos a lo que en la jerga de la cata se conoce como “fase visual” – un primer instinto -, a la que siguen las fases olfativa y gustativa. Pero la importancia cada vez mayor de los aspectos externos (presentación, apariencia, uniformidad, madurez, frescura) responde también a un requerimiento del mercado. Un reciente informe de la FAO explica que la prioridad “visual” se ha incrementado al mismo tiempo que aumentaban los supermercados y las grandes superficies. En los sistemas de autoservicio, frente a las pequeñas tiendas con dependientes, el producto debe “autovenderse” y aquel que no es seleccionado represente una pérdida para el comerciante. De ahí que su aspecto sea determinante.
Sin embargo, puede que la manzana más imperfecta tenga mejores cualidades alimenticias que la versión “bonita” y que sepa mejor; y, desde luego, contiene muchos menos elementos contaminantes o potencialmente dañinos para el organismo, como restos de pesticida o abonos químicos: porque la versión menos “atractiva” es fruto (nunca mejor dicho) de la agricultura ecológica.
Ahora bien, ¿por qué tiene peor aspecto? El biólogo y nutricionista Javier Arocena matiza incluso la pregunta. “La fruta ecológica no es que tenga peor aspecto porque sí. Lo que ocurre es que la fruta no ecológica, al tener mucha más agua – lo cual acelera el enmohecimiento -, es tratada con productos químicos que hacen que dure más. Si no fuera por los conservantes, esa fruta se pudriría antes”. Pero no es sólo una cuestión de conservación; se trata también de lograr uniformidad dentro del lote de frutas y verduras, que la manera en vayan a ser presentados resulte irresistible a los ojos. Así, para conseguirlo, los tomates se tratan con etileno suplementario. La maduración de los frutos es iniciada por el etileno que ellos mismos producen, pero para acelerarla y controlarla se incrementa el etileno. Para lograr que además brillen, se emplean ceras para el recubrimiento en poscosecha. Estas ceras no sólo proporcionan brillo, sino un control de pérdida de peso, por lo que retrasan el envejecimiento de la fruta. Hay varias fórmulas, pero suelen combinar polietileno, carnauba y goma laca. Todos estos productos están autorizados dentro de las directivas de aditivos alimentarios, pero su sola enumeración ya resulta inquietante.
¿Tiene el fantástico aspecto de la fruta que nos venden en el supermercado alguna repercusión que pueda afectar a nuestra salud? La respuesta no es clara. No hay ninguna investigación que vincule directamente las frutas y verduras industriales con una enfermedad, pero la mayoría de los estudios realizados se inclina por las ventajas de los productos ecológicos: “Son más saludables”, explica María José Frutos, profesora de tecnología agroalimentaria de la Universidad Miguel Hernández de Elche, “porque tienen menos productos potencialmente tóxicos, en muchos casos ha habido un incremento nutricional (de vitamina C, por ejemplo) y poseen compuestos fenólicos, que son antioxidantes y aminoácidos esenciales”.
Hay, además, algunos datos que avalan las ventajas de una alimentación basada en productos bio. En un convento se proporcionó a algunas monjas, durante ocho semanas, una dieta ecológica, manteniendo la alimentación normas para las demás. Las primeras mostraron un mayor bienestar físico y una mayor resistencia a enfermedades. En otro estudio se alimentó a madres recientes con alimentos ecológicos durante cinco meses y registraron un marcado incremento de ácidos grasos insaturados (omega – 3s y ALC) en su leche materna.
Además de las ventajas para la salud, uno de los aspectos que más inciden en la decisión de compra es la huella medioambiental de los cultivos ecológicos. La agricultura ecológica contribuye a la biodiversidad y minimiza el impacto humano, y eso inclina a muchos a su consumo. Ahora bien, si todo son ventajas, ¿por qué el consumidor no se lanza en manada a por productos con la etiqueta bio? El mayor freno es el precio: un estudio elaborado en la Universidad del País Vasco muestra que estamos dispuestos a pagar hasta un 25 por ciento más; sin embargo, los autores sostienen que esa diferencia oscila entre el 45 y el 55 por ciento, lo que supone un freno a la hora de ofrecerse como alternativa a la agricultura convencional. Hay varios motivos que explican esta diferencia: se ha comprobado, por ejemplo, que durante los primeros meses del “transvase” de menos intensivos a procesos ecológicos, el terreno pierde entre un 10 y un 15 por ciento de su rendimiento. “No obstante con el tiempo, esta tendencia se invierte”, subraya Fernando Vilches, gerente de la Asociación Profesional de Productores y Elaboradores de Madrid (Apreco). El suelo necesita tiempo para recuperar su equilibrio, pero ésa no es, según Vilches, la razón principal. El elemento clave es el canal de distribución. Las grandes superficies tienden a mostrar una mayor diferencia de precio entre productos orgánicos y convencionales: un estudio en Córdoba mostró que en el caso de la cebolla llegaba a implicar una diferencia del 575 por ciento. Esta diferencia es muchísimo menor si acude directamente al productor. No sólo se ahorra gastos de intermediarios, sino que también evita pagar por los intereses creados para favorecer la producción industrial. Eso sí, no espere que las manzanas brillen.
Dejarse tentar por una manzana
La fruta de producción industrial se almacena largas temporadas para que esté disponible todo el año. En ese periodo, manzanas y peras sufren pérdida de peso y alteraciones fúngicas (hongos). Para evitarlo se utilizan químicos; los más usados, imazalil y tiabendazol.
Para que brillen, se rocían con ceras.
La fruta ecológica es de temporada. No tiene poscosecha y en la precosecha no se usan químicos. Las manzanas ecológicas tienen hasta un 50 por ciento más de metabolitos con efectos antioxidantes y antimicrobiales.
Presentan defectos de epidermis. Se considera grave se superan los dos centímetros.
Las peras que aguantan la respiración.
El proceso de conservación de la fruta en el frigorífico es determinante. Disminuyendo la proporción de oxígeno en el aire de la cámara, disminuye el ritmo de “respiración” de la fruta, y ello permite prolongar el tiempo. Un método es reducir el oxígeno a un uno por ciento, reemplazándolo con nitrógeno y manteniendo constante el CO2.
El deterioro de las peras ecológicas es tan natural como su maduración, pero en su cultivo, como alternativa a los fungicidas químicos, se usan aliados naturales: sales de cobre, preparados de azufre, productos a base de extractos de plantas, lecitinas de soja, bacterias, hongos y virus (aislados del medio natural) que atacan a los hongos patógenos.
No sólo de patatas vive el hombre
Desde hace años, han logrado que sean más baratas y atractivas. ¿Por qué? Se cultivan en terrenos arcillosos en vez de arenosos, lo que favorece que tengan un aspecto uniforme, aunque pierdan gran parte del sabor.
Además, se una nitrógeno para acelerar su crecimiento, lo que reduce el almidón. Por debajo del 10% sin insípidas.
La patata es un producto básico, pero en su producción se emplean muchos plaguicidas; por eso el prestigioso Environmental Working Group, tras 43.000 pruebas de detección de plaguicidas, lo considera uno de los siete productos a consumir en versión ecológica. Los otros: lácteos, carnes, tomates, café, manzanas y semillas.
PROYECTO MELONOMICS. En busca del melón perfecto
La normativa europea que regula la producción y elaboración de alimentos ecológicos veta el uso de semillas y otros componentes genéticamente modificados. No obstante, hay quien considera que esto podría llegar a cambiar. Desde la fundación Genoma España se promueven diversas investigaciones que analizan la información genética de productos como el tomate, la uva o el meón. Emilia Gómez, directora de proyectos de la institución, explica sus objetivos: “Tratamos de conocer los genes relacionados con los caracteres que nos interesen, como el sabor o la resistencia a niveles microbianos. Nuestras investigaciones, aunque no están directamente orientadas al cultivo ecológica, comparten con ellos muchos elementos, como puede ser la búsqueda de especies abandonadas”. Almudena Lázaro, investigadora del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural Agrario y Alimentario (Imidra), que participa en el proyecto Melonomics, auspiciado por la fundación Genoma, incide en este sentido. “Nosotros trabajamos con variedades del melón que se utilizaban en España cuando la agricultura era ecológica sin saberlo, antes de la industrialización que trajo la llamada “revolución verde”. Y explica que en los bancos de semillas que utilizan se conservan muchas especies, recogidas de pueblo en pueblo, a las que a menudo recurren los productores ecológicos.

PARA SABER MÁS.
www.ec.europa.eu/agriculture/organic/home_es. Página de la UE sobre agricultora ecológica.
www.vivelaagriculturaecologoca.com Web del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino.


XL SEMANAL – ABC – Del 7 al 13 de febrero de 2010