lunes, 11 de agosto de 2008

Un año de 'thriller' financiero

CLAUDI PÉREZ
El capitalismo es un galimatías que combina propiedad privada y libre mercado; una extraña mezcla de matemáticas y psicología, mucha psicología. En la versión que ha ido ganando enteros en los últimos años, la psicología se sustituye por grandes dosis de fe. El Nobel Joseph Stiglitz define el neoliberalismo como "ese amasijo de ideas basadas en la concepción fundamentalista de que los mercados se corrigen a sí mismos, asignan los recursos eficientemente y sirven al interés público". Con esos mimbres, en las tres últimas décadas el sistema financiero -el brazo armado de la economía- se ha ido desarrollando a la misma velocidad que se eliminaba regulación. Años de grandes excesos salpicados por varios sobresaltos: el crash de 1987, la crisis de los emergentes en los noventa, el 11-S y las puntocom. Y desde ahí, un último tramo vertiginoso en el que campó a sus anchas "la magia del mercado", según el epítome acuñado por Ronald Reagan. Hasta que, hace justo un año, la magia -la fe- desapareció.
Día 9 de agosto de 2007, 8.25 de la mañana. El banco central de Estados Unidos se ve obligado a inyectar miles de millones de dólares ante el riesgo de que el sistema bancario se vaya al garete. Setenta minutos más tarde, a las 9.35, repite la operación. El Banco Central Europeo (BCE) hace lo mismo al otro lado del Atlántico. La economía está a punto de incorporar una nueva palabra a su vocabulario: subprime, una endiablada modalidad hipotecaria estadounidense traducida como hipoteca basura, tóxica o incluso loca. Y los banqueros centrales están a punto de desmentir su bien ganada fama de aburridos y predecibles: medidas excepcionales como las de hace ya un año, que se han ido repitiendo y amplificando desde entonces, son un buen indicio de la magnitud de la tragedia. El tiempo no ha hecho sino confirmar esos temores.
En el cine, las secuelas suelen ser pálidas sombras del original. Pero en el thriller en el que se ha convertido la crisis, cada capítulo supera al anterior. La metástasis de las subprime -un mercado muy acotado y de dimensión reducida, apenas el 13% de las hipotecas estadounidenses- se ha ido extendiendo sin dramatismos, sin viernes negros bursátiles, pero en un crescendo doloroso. La alianza entre economía y globalización es para lo bueno y para lo malo. Y el elenco de perdedores de la crisis no deja de aumentar en todo el mundo.
Las turbulencias se han cobrado casi 100.000 empleos financieros. Han dejado varios cadáveres bancarios salvados in extremis por el sector público. Y un agujero en la banca de medio billón de euros que va en aumento. La crisis ha hecho jirones en la credibilidad de los bancos centrales y sobre todo de las autoridades financieras. Ha disuelto como un azucarillo la confianza de la banca. Su potencial destructivo ha ido contaminando paulatinamente la economía real. Ha acelerado el desplome inmobiliario en mercados como el norteamericano, el británico y el español. Países tan lejanos como Nueva Zelanda y Dinamarca han entrado en recesión. Estados Unidos se acerca a ese temido fantasma. Y Europa -con España a la cabeza- empieza a verle las orejas al lobo.
"Nosotros ya lo habíamos advertido" es una de las frases preferidas de los economistas. En este caso, es falsa. La verdad es que la crisis llegó de sopetón. Tras unos meses, se argumentó que lo peor había pasado. Otro error. Muchos pensaron que sería una breve interrupción en el desarrollo económico de Occidente. Una vez más, falso. Ya nadie cree que el final del túnel llegue antes de 2010. Menos aún con la complicación añadida de la crisis alimentaria y energética. Pero a la espera de nuevos episodios, las turbulencias financieras siembran una duda más profunda. "El edificio económico del capitalismo de mercado, que ha promovido esta expansión económica, se ha puesto ahora en entredicho", explicó hace unos días Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal.
En otras palabras: la tormenta ha gestado una crisis de fe en el sistema, que se traduce en una falta de confianza general en la banca. No lo dice un cualquiera. Greenspan es una de las figuras de los últimos años, un gran gurú de los mercados. En algún momento fue casi un oráculo para la Bolsa. Siempre se ha destacado como uno de los más férreos defensores del neoliberalismo, por cierto. Y así sigue. Pero su legado está ahora en la picota.
Porque las raíces de esta tormenta financiera hay que buscarlas en la crisis anterior -el 11-S y los estertores de la burbuja puntocom- y en la reacción de Greenspan. La Reserva Federal atacó esos problemas con una fuerte bajada de los tipos de interés, que se situaron en mínimos históricos. También en Europa. Eso generó una fiesta de gasto en consumidores y empresas: endeudarse era muy barato y se generó "una superburbuja", tal y como la define el inversor-especulador George Soros. Las cotizaciones en la Bolsa estadounidense (y en la española) se duplicaron entre 2002 y 2006; los precios de las casas se dispararon en EE UU (y en España); los beneficios de la banca y de las empresas no dejaban de subir. Hasta que las subprime, apenas una gota en el océano del sistema financiero, lo cambiaron todo prácticamente de golpe. Según Greenspan, eso es propio de la naturaleza humana: "Del temor a la euforia y viceversa".
La semilla de la crisis financiera está justamente ahí, "en esa política monetaria con bajísimos tipos de interés, en la laxitud de los controles financieros que permitían acumular riesgos porque todo se vendía después con un pelotazo, en ese largo periodo de dinero fácil", explica desde Londres Antonio Villarroya, de Merrill Lynch. Los bancos de inversión, el capital riesgo, los hedge funds y la gran (y no tan gran) banca empezaron a hacer ingeniería financiera -transgénicos financieros, según algunos analistas- para no perder el tren de los beneficios multimillonarios.
Así empezaron los pecados del mercado, permitidos por bancos centrales y autoridades. Los bancos estadounidenses empezaron a conceder créditos hipotecarios a mansalva a personas que no ofrecían garantías de cobro. Eso son las hipotecas basura. Mientras la vivienda subió, miel sobre hojuelas: el negocio era redondo. Tanto, que los bancos necesitaban más liquidez para seguir concediendo créditos. Metían las subprime en paquetes de deuda bendecidos por las agencias de calificación, como si no tuvieran riesgos asociados. Los sacaban fuera de su balance y los colocaban por todo el mundo, con la absurda creencia de que dividir la deuda supondría amortiguar el golpe si las cosas se torcían.
Sucedió lo contrario. El tortazo fue monumental. Cuando los primeros morosos empezaron a perder sus casas en EE UU, los precios de la vivienda iniciaron su declive. "Ése fue el detonante", resume Villarroya. A través de los complejos productos estructurados que extendieron las subprime por todo el sistema bancario, las turbulencias se propagaron rápidamente por los mercados financieros internacionales. Nadie quería activos contaminados, y ningún banco compraba nada de nada para no verse salpicado.
Los bancos centrales reaccionaron para evitar que las tensiones en los mercados interbancarios -totalmente secos- actuaran como un canal amplificador de la inestabilidad. En los mercados de capitales, las primas de riesgo de crédito alcanzaron valores desconocidos desde 2001. Y en esas estamos. "Hay un endurecimiento de las condiciones de crédito y una revisión de las perspectivas de crecimiento, porque los mercados financieros y la economía real funcionan como vasos comunicantes. Sigue habiendo miedo, y ha habido episodios de pánico. Y nada de eso cambiará hasta que se restablezca la confianza en el sector financiero", asegura desde Bélgica Paul De Grauwe, uno de los grandes expertos europeos en mercados financieros y bancos centrales.
Planteamiento y nudo del thriller financiero están retrasando el desenlace más de lo esperado. Guillermo Calvo, catedrático de la Universidad de Columbia, asegura que la crisis "es complicada, y no se vislumbra una reactivación". El papel de los bancos centrales es discutible, pero Calvo afirma que los rescates bancarios -Bear Stearns, Freddie Mac y Fannie Mae, por ejemplo- "han evitado un colapso financiero y en el fondo una caída generalizada del PIB y del empleo como sucedió en los años treinta". "El problema es que eso trae problemas de riesgo moral [los bancos asumen riesgos a sabiendas de que el sector público los salvará si las cosas se tuercen], y que al prevenir que la economía toque fondo rápidamente, la recuperación puede tomar mucho tiempo. La recesión no va a ser profunda, pero la recuperación va a ser lenta", vaticina desde Nueva York.
Los expertos suelen decir que los agentes económicos tienen mala memoria. Los excesos que conducen a una crisis se olvidan con rapidez. Entre los economistas hay cierto consenso en que de esta crisis deben extraerse al menos dos lecciones: "No hay que comprar nada que no se entienda", aconseja a la banca el economista francés Charles Wyplosz. En el gremio hay progresistas y conservadores, pero hasta los neocons se apuntan a una segunda petición: "Una de las lecciones que deja la crisis es que el sector financiero estaba infrarregulado y hay que cambiar eso", asegura Desmond Lachman, analista de un think tank en Washington. "El Banco de España ha sido un ejemplo en eso: impidió que la banca española se metiera donde no debía", añade Wyplosz.
Pero tampoco hay que esperar milagros: "Los políticos tienen tendencia a prepararse para la guerra que ya sucedió. Esta batalla ya se perdió. La regulación tiene que mejorar, pero el sistema financiero está especializado en buscarle las vueltas a las regulaciones con nuevos instrumentos. Pasada la crisis, la banca volverá a sorprender", añade Calvo desde Nueva York. "La regulación, la supuesta solución a la crisis actual, nunca fue capaz de eliminar las crisis en la historia". Palabra de Greenspan.
Un año con las 'subprime'
EDITORIAL
Después de un año de crisis financiera, transmitida por los mercados internacionales como un virus, agravada en países como Estados Unidos, Irlanda o España por burbujas inmobiliarias propias e intransferibles y amplificada por el impacto del encarecimiento brutal del precio del petróleo, todavía la frase más repetida, el tópico más oído y el menos explicativo sigue siendo "lo peor está por llegar". Se sabe perfectamente cuál es el origen de la crisis -la irresponsabilidad de los bancos que crearon las hipotecas subprime o basura-, las circunstancias que la hicieron posible -la extrema laxitud de los controles de las autoridades estadounidenses-, la fecha del estallido ante la mirada atónita de gobiernos e inversores -el 9 de agosto de 2007, cuando la Reserva Federal inyectó 100.000 millones de dólares en el sistema bancario para dotar de liquidez a instituciones financieras al borde de la asfixia- y las recetas intervencionistas de Washington y Londres para atajar la ruina de sus bancos, que consisten en comprar activos dañados con dinero público para salvar a inversores, depositantes y clientes hipotecados. Pero no se percibe con claridad cuándo y a través de qué mecanismos se recuperará la confianza de los mercados.
Los observadores más optimistas suponen que el grueso de la crisis ha pasado porque las autoridades nacionales han conseguido apuntalar la solvencia de los bancos más grandes obligándoles a aumentar su capital, única forma de sanear los activos contaminados por las hipotecas basura y la cadena de titulizaciones con activos depreciados que han enfangado casi todo el sistema financiero internacional. Pero los más pesimistas recuerdan que los bancos apenas han aflorado la mitad de las pérdidas causadas por la depreciación de activos. Apenas pueden sugerirse hoy dos reflexiones. La primera es que cuando se conozcan las cuentas de resultados de los grandes bancos mundiales correspondientes al ejercicio de 2008 quizá sea posible calcular con más precisión cuántas pérdidas quedan por confesar y cuántas decisiones desagradables restan por tomar antes de normalizar la intrincada red financiera mundial. La segunda es que después de este crash hay que contar con que los créditos serán probablemente más caros y más difíciles de conseguir. La época del dinero barato, es decir, de los tipos de interés reales negativos o neutralas, hace mutis por un largo periodo.
Un beneficio añadido, aunque bien poco probable, sería que los gobiernos y las autoridades monetarias extrajesen las lecciones adecuadas de esta crisis para que, al menos, disminuya el riesgo de fraudes causados por el apalancamiento financiero. En el intercambio histórico de errores que se produce en cualquier convulsión, política o económica, debería quedar establecido al menos en ésta: que la intervención en última instancia del dinero público para salvar ruinas como Bear Stearns, Freddie Mac, Fannie Mae o Northern Rock tendrá como contrapartida un endurecimiento de normas, inspecciones y controles que deben aceptar o sufrir los bancos estadounidenses o británicos para que no vuelvan a provocar un caos de semejantes proporciones. Veremos si la lección se recita correctamente
EL PAÍS, Domingo 11 de agosto de 2008
Imagen: Flickr

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