lunes, 11 de agosto de 2008

Las vacaciones más cortas lastran a las grandes hoteleras

CLAUDI PÉREZ - Madrid -
El dinero fácil es la causa de todos los excesos. Desde que los mercados dirigen con mano de hierro el devenir de la economía, ésa ha sido la lección -rápidamente olvidada- de todas las crisis. Lo fue tras el crash bursátil de 1987. Lo fue tras el auge y caída de las puntocom. Y ese mismo dinero fácil explica la burbuja inmobiliaria y crediticia que acabó estallando hoy hace justo un año y desató las turbulencias financieras. Al cumplir su primer aniversario, la crisis está lejos de palidecer. A diario aparecen nuevas sorpresas. Y no precisamente positivas.
El agujero en la banca es fenomenal. Europa y Japón flirtean con la recesión, y aunque EE UU -origen y epicentro de los problemas- está encajando el golpe mejor de lo esperado, la banca norteamericana no gana para sustos. El sector financiero aparece como el gran perdedor de la crisis, pero las secuelas se dejan notar en toda la economía: tras un año sin mercado interbancario, la banca empieza a cerrar el grifo del crédito a empresas y particulares. Ese credit crunch será aún más acusado a partir de ahora, según el BCE. Y esa es la correa de transmisión entre los mercados y la economía: si se corta el crédito, la crisis financiera puede dar paso a una crisis industrial y acentuar la desaceleración. Sobre todo con energía y materias primas en niveles estratosféricos, a pesar de que ya empiezan a desinflarse. La paradoja es que el fin del dinero fácil -tras años de tipos de interés reales negativos que invitaban a asumir grandes riesgos- no llega por convicción de la banca, sino porque la falta de confianza, lejos de desaparecer, impide engrasar los mercados.
En plena canícula y con medio mundo de vacaciones, el 9 de agosto de 2007 los mercados se quedaron petrificados. BNP Paribas suspendió tres fondos de inversión ante los problemas de un segmento hipotecario estadounidense totalmente desconocido para el gran público: las subprime o hipotecas basura, concedidas a gente con un mal historial crediticio. La desconfianza corrió como la pólvora -cosas de la globalización financiera- y obligó a los bancos centrales a intervenir, con inyecciones de miles de millones de euros para evitar que el mercado se secara.
Y así siguen: la Reserva Federal y el BCE continúan inyectando liquidez y han tenido que salir incluso al rescate de varios bancos (Bear Stearns, Freddie y Fannie Mae, entre otros) para evitar males mayores. Las Bolsas acumulan una corrección notable.
No se trata de una crisis de liquidez. Los expertos consideran que los problemas son más profundos, de falta de confianza en el sistema financiero, acusado de tomar riesgos excesivos. No se atisba el final del túnel. No hay fecha para el final de la crisis, no hay motivos para pensar que los bancos hayan sacado ya todos los trapos sucios. "Hasta que no sepamos cuándo acaba la caída de la vivienda en EE UU no se conocerán las pérdidas totales y las necesidades de la banca", señalaba ayer un gestor de Washington.
"Cuando esto empezó nadie esperaba que durara tanto. Pero cuando se conocieron los problemas, nadie esperaba un aterrizaje que en realidad no ha sido tan duro. Lo peor puede llegar si empeoran los emergentes, pero desde el punto de vista de la economía real nos podemos dar con un canto en los dientes", dice José Carlos Díez, de Intermoney.
Los países que más crecieron en la última etapa de bonanza son ahora los que más sufren. El mayor varapalo financiero desde la Gran Depresión se ha dejado notar en España, en el ladrillo y en el bolsillo de la gente. En el tercer trimestre de 2007, España crecía al 3,8%; ahora, la mitad. Es difícil predecir el final de la crisis, que en ningún caso llegará antes de 2010 ni antes de que toque fondo "la corrección de los precios de los activos que tienen tanto los bancos como las familias", según los analistas de AFI. En plata: un año después del estallido de la crisis, todavía vienen curvas.
EL PAÍS, Sábado 9 de agosto de 2008

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