miércoles, 26 de diciembre de 2007

Los Reyes Magos del siglo XXI vienen de China

Ernesto Villar
Madrid- Dele la vuelta al juguete. Busque en la parte de atrás. O en la referencia del producto, si es que, con un poco de suerte, la tiene. ¿Pone «made in China»? Bienvenido al club. Usted es uno de tantos que, consciente o inconscientemente, han caído ya en la tentación de comprar productos infantiles procedentes del sudeste asiático. Sepa que no es nada original. Siete de cada diez muñecos que se venden en el mundo se fabrican en China, y en España son casi la mitad. La cifra sigue subiendo, también en nuestro país, el «imperio» del juguete. ¿Imperio? Imperio el de China, con su economía imbatible, sus salarios sin competencia y su mano de obra interminable. Millones de dedos cosiendo peluches de sol a sol, vistiendo muñecas, poniendo pilas, ensamblando piezas, ajustando capas de superhéroes, colocando ruedas y fijando todo tipo de accesorios. Enfrente, 200 empresas españolas ejemplares, muchas de ellas familiares, concentradas la mayoría de ellas en torno a un pequeño valle alicantino compuesto por cinco pueblos que, juntos, apenas suman 22 letras, pero que durante años han sido capaces de llenar de ilusión los salones de los niños españoles.
De las fábricas de Ibi, Onil, Biar, Tibi y Castalla, los puntos cardinales del «valle del juguete», saldrán uno de cada cinco muñecos que este 6 de enero dormirán entre una ristra de zapatos de niños, un barreño de agua para los camellos y, con el permiso de la DGT, una copita de licor para Sus Majestades de Oriente. Del Lejano Oriente, para ser exactos. De allí habrán partido ya los Reyes camino de España con una buena parte de sus dromedarios repletos de paquetes en misterioso equilibrio y unas cuantas jorobas libres para cargar, como cada Navidad, a las afueras de Alicante. ¿Dónde está el problema? Muy simple. Que cada vez hay menos hueco libre para los muñecos «made in Spain».
Para entenderlo, bastan algunos datos. En 2006 se vendieron en España juguetes por valor de 1.537 millones de euros, una cifra que este año volverá a crecer. Por primera vez, fueron más los procedentes de China y Japón que los que se fabricaron en España. Y la tendencia es a ir ensanchando la distancia. En sólo un año, los artículos de las fábricas niponas han aumentado un 53%, mientras que los chinos llevan camino de hacerlo en 2007 un 12%. Además, visto con una mayor perspectiva, las cifras no cambian. En una década, las importaciones de juguetes extranjeros se han triplicado. Nuestras exportaciones, por contra, crecieron un 43%.
¿Cómo se responde a semejante desafío? Carmina Moltó, de la empresa juguetera de este mismo nombre, tiene dos recetas: «Invirtiendo en marca, diseño propio y calidad, y ampliando y diversificando la colección». «Todo ello supone un esfuerzo muy importante por parte de los fabricantes de juguetes», añade. El gran problema, sin embargo, es el escaso control que hay sobre estos productos «invasores».
Realmente, no se sabe ni cuántos entran en España, ni cómo, ni por dónde. Y, sobre todo: en qué estado lo hacen. «Los fabricantes españoles nos sentimos desprotegidos ante las copias y la desventaja que supone asumir el coste de cumplir las normas de calidad y seguridad, frente a una gran competencia que no lo hace –se lamenta Moltó–. Estamos siempre en el punto de mira de las inspecciones porque es mucho más fácil el control del que presenta todos los certificados que buscar al que no lleva este control». El problema no es, a su juicio, la ley, sino que no se aplica. «Se deben tomar medidas desde la propia aduana, aumentar el control y exigir los certificados de calidad de todos los productos antes de que entren en nuestro país», concluye.
La realidad parece corroborar, punto por punto, sus quejas. Hace unos días, el ministro de Sanidad y Consumo, Bernat Soria, anunciaba la retirada del mercado de 45.000 juguetes peligrosos y la destrucción de otros 12.000. Ocho de cada diez tenían el sello de fabricación en Asia. La lista de amenazas asusta: riesgo de asfixia (59%), lesiones por aristas o roturas (26%), intoxicación (17%), estrangulamiento (4%)... Y lo peor es lo que puede quedar aún desperdigado por las estanterías de algunas tiendas, que el consumidor difícilmente detecta.
Los jugueteros españoles piden igualdad de condiciones. «No tememos a la competencia, puesto que es ley del mercado –afirman en la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes (AEFJ)–, pero lo que denunciamos es que no se controla lo que llega, y con muchos juguetes chinos que compiten en igualdad de condiciones entran también muchos que lo hacen de forma desleal: las falsificaciones, imitaciones y los productos que no cumplen las estrictas normas de seguridad europeas que nuestros juguetes sí cumplen».
El objetivo de estos fabricantes, en muchos casos sin escrúpulos, es reducir los costes para bajar el precio. «El resultado es que las empresas responsables sufren los efectos de esta competencia desleal sobre su competitividad, se desincentiva el diseño y la innovación por la sensación de impotencia de las empresas ante la inundación de copias e imitaciones y se pone en entredicho la imagen del juguete en general cuando hay un problema de seguridad con uno de estos productos-basura», concluyen los jugueteros españoles.
El presidente de la AEFJ, José Antonio Pastor, reparte culpabilidades y deberes entre distintas administraciones. A la Comisión Europea le pide que imponga más sanciones y refuerce el etiquetado «CE». Y a las autoridades españolas, que impulsen la colaboración con China para mejorar el producto en origen, y que supervisen de una vez por todas lo que entra por las aduanas, ya que «en la actualidad el control es prácticamente inexistente».
Las tiendas, el último eslabón antes de llegar al cliente, son plenamente conscientes del terreno que pisan. Ricardo Ortega, director de Marketing de «Toys ‘‘R’’ Us», admite que la llegada masiva de juguetes chinos «es una realidad que no es nueva, porque viene de años atrás, aunque antes no alcanzaba un porcentaje tan elevado». Pero confía en el sello «made in Spain».
LA RAZÓN, Miércoles 26 de diciembre de 2007

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