domingo, 3 de febrero de 2008

La demanda creciente mantendrá cara la cesta de la compra

Manuel Estapé Tous / Lorena Farràs Pérez Barcelona
Si les pesa - o les cuesta- la cesta de la compra, acostúmbrense porque la escalada de los precios alimentarios no sólo corrige la larga época de comida barata y abundante, sino que supone el preludio de una era en la que comer será más caro porque, además de las tensiones ligadas a una demanda creciente, surgirán limitaciones en la oferta. La superficie agrícola y el agua serán recursos más escasos que hasta ahora. Comer será cada día más caro.
En un original informe, los consultores británicos de Bidwells Agribusiness enumeran las causas del aumento notable de la demanda de productos y materias primas agrícolas, y alertan sobre los obstáculos que se ciernen sobre la oferta a medio y largo plazo, dos factores de producción clave para la agricultura: el agua y la superficie cultivable. La segunda no puede crecer mucho debido a la imperativa lucha contra la deforestación y el cambio climático. Y la distribución de la primera ya suscita conflictos en "áreas de agricultura productivista como California y el sur de España", según dicen.
Partiendo de la existencia de estos obstáculos estructurales, el informe sugiere que no puede esperarse un aumento notable de la producción. Pero en el 2050 el planeta deberá alimentar a un 40% más de personas que hoy, 9.000 millones de seres humanos frente a 6.500 millones de ahora.
"A partir de ahora la carne, el pescado y los productos de origen ganadero como los huevos y la leche alcanzarán una nueva horquilla de precios", explica David Coll, presidente del Col · legi Oficial d´Enginyers Tècnics i Pèrits Agrícoles de Catalunya. "El cereal - materia prima básica para la alimentación animal- se abaratará entre un 10% y un 15% respecto a las elevadas cotizaciones actuales, pero los precios ya no volverán a ser tan bajos como en los últimos años". Ahora bien, según Coll, "el consumidor final no tiene por qué asumir todo el incremento de los costes de producción, sino que los intermediarios, como los mataderos, deberían reducir sus márgenes de beneficio para evitar que los precios finales suban considerablemente".
Aunque la carestía de los alimentos se ha convertido en tema de conversación estelar como lo fue el redondeo de 100 pesetas a un euro (166,386 pesetas), es necesario cierto distanciamiento. El director de la organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Jacques Diouf, ha lanzado un grito de alarma sobre la "muy seria crisis que se avecina" para más de la mitad de la humanidad. Porque "los países en desarrollo dedican entre el 60% y el 70% de sus ingresos a la alimentación", mientras que en los países ricos oscila "entre el 10% y el 20%". De hecho, ya se han registrado revueltas contra la inflación de precios en México, Marruecos y Senegal.
Mientras tanto, en nuestros supermercados no hay ningún tipo de escasez pero todo es bastante más caro. Aunque también es cierto que, en promedio, alimentarnos nos cuesta menos del 20% de lo que ganamos, algo inimaginable hace medio siglo. La crisis actual puede servir, no obstante, para reformar el modelo de agricultura productivista. La producción de carne es un claro ejemplo de ineficiencia. Se necesita ocho kilos de cereales para producir un kilo de carne de vacuno y cuatro kilos de carne de cerdo. Y cada kilo de cereal puede precisar una tonelada de agua.
En los dos últimos años han sido tres los factores tras la inflación de precios. La escalada del petróleo ha encarecido los costes de plantación, riego, cosecha y transporte. Son cuatro veces más caros que hace seis años. En segundo lugar, los precios de los principales cereales (trigo, maíz y soja) han recibido el estímulo adicional de la demanda (subvencionada) de los biocombustibles. Con el apoyo explícito de George W. Bush, un 20% de la producción norteamericana ha acabado en los depósitos de los voraces vehículos americanos como etanol. Por último y no menos importante, la explosión del consumo en China e India, los dos países más poblados del mundo, ha roto los frágiles equilibrios de los mercados agrícolas provocando un cambio no sólo cuantitativo, sino también - y sobre todo- cualitativo. La gradual ascensión de millones de chinos, indios, rusos, asiáticos y latinoamericanos al estatus de clase media supone una transición alimentaria que se traduce en un mayor consumo de carnes, especialmente pollo. El factor chino e indio tiene un peso estructural derivado de su peso demográfico: 2.500 millones de personas con clases medias dinámicas a pesar de que la mitad sobreviva con dos dólares diarios (1,35 euros).
En su reciente informe, los consultores británicos de Bidwells Agribusiness explican que, después de satisfacer sus necesidades alimentarias con dos dólares diarios, en el grupo de población de entre dos y nueve dólares diarios se produce un cambio nutritivo hacia una dieta más rica en proteínas animales, fruta y verdura. El estudio realiza unas proyecciones que asustan. Si los chinos consumieran 276 kilos de carne al año como en EE. UU., su producción tendría que pasar de 64 millones de toneladas a 181 millones de toneladas, el 80% del consumo global. "La tendencia sería similar para el café, el azúcar y el zumo de naranja", subraya el informe.


LA VANGUARDIA, Lunes 4 de febrero de 2008

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