sábado, 22 de noviembre de 2008

La vida en tiempos difíciles

BERNARDO GUTIÉRREZ - Madrid -
Viernes. 14.30 horas. Calle Doctor Cortezo, centro de Madrid. América Elvira -44 años, rostro tristón- rebusca en la basura. "Como lo que encuentro", matiza casi llorando. Trabajaba de cocinera en la marisquería Las Meigas, en Chueca. La internaron en el hospital. "Y sin más, me despidieron, por no entregar la baja médica a tiempo", matiza. Su marido -camarero- está temblando, "pues ya han echado a tres compañeros". El presupuesto familiar es de 1.000 euros al mes. Y el alquiler, de 900. "No tengo paro. ¿Qué voy a hacer", se lamenta.
Crisis. Del latín crisis. América Elvira encarna uno de los términos más usados en la actualidad. De hecho, el diccionario de la RAE ha creado, a medida de esta nueva parada, las acepciones 6 (escasez, carestía) y 7 (situación dificultosa o complicada) del término. Pero para encontrar el resto de subsignificados de esta palabra, basta deambular por las calles de Madrid.
A pocos metros de donde se encuentra América, en la plaza de Tirso de Molina, Miriana Arroyo -peruana, 38 años- culpa a la crisis "de la falta de romanticismo". En su puesto de flores, Sutilezas de Amor, no hay nadie. "Apenas vendo flores de un euro", afirma. La crisis sube, la rosa baja. Su vida -con menos ingresos- "va justita". Al lado, un grupo de subsaharianos conversa. Guy Merlant -29 años, camerunés- trabajaba para una empresa de alimentación y, ahora, está en el paro. Jean Claudel -31 años, también camerunés- "está desesperado". Era obrero de la construcción, tiene papeles pero su situación resume la crisis, en su acepción 4 de la RAE: "momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes". "No me van a renovar los papeles sin trabajo. En el Inem no hay nada". En una obra de la calle Doctor Cortez, dos inmigrantes prefieren ni hablar de crisis.
En el centro de la plaza, la crisis tiene acento castizo. Antonio Camilo Díaz -31 años, ojos vidriosos, acento macarra- protesta indignado. "Me han echado y sin finiquito". Era portero. Ahora, en el paro, bebe latas de cerveza en la calle. Su pareja, Elena Martínez -look desaliñado y lengua afilada- afirma que "la crisis es carnívora". Un argentino vivaracho, "Rafael de Toda la Vida Puro de Oliva", pone el toque de humor con un poco filosofía: "¡Esta es una crisis de parvulario, che! Yo he vivido corralitos, crisis de verdad", matiza. Con bigotillo, corbata chulapo-tanguera, Rafael lleva en España desde el año 69 y su trayectoria vital podría resumir la evolución de España: trabajó en los astilleros de Cádiz. Y de camarero en la Marbella de los ochenta, "cuando los políticos venían a las fiestas a fumar porros y esnifar coca".
Ladera abajo
Jueves, 19.00 horas. La crisis deambula por el multicultural barrio de Lavapiés. "Vivo permanentemente en crisis", afirma Eduardo Trillo, un profesor de derecho, en la puerta de la Filmoteca Nacional. "Quizá haya llegado el momento del reciclaje, del compartir", matiza. La acepción 2 de la RAE ("mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales") viene a cuento. Su amigo Güelfo Ascanelli, un italiano acomodado de 28 años y residente en Madrid, podría ser el hombre anticrisis. "Gasto más y espero comprar un piso más barato", dice. Mientras Eduardo ríe, Guelfo, ahora, critica: "Hay crisis moral, gente agresiva y tengo miedo de que la gente se haga caníbal". Risas.
Noche cerrada. En la puerta de la Filmo, Víctor de la Rosa, 45 años, dominicano escucha. Reparte papeletas de publicidad de Mundo musical, una academia de baile. "Soy licenciado en comercio internacional. Aquí, profesor de baile", dice receloso. ¿La crisis se baila? "No sé. Yo en tres años no he podido volver para ver a la familia", afirma.
A unos metros, la taberna Lamiak está a tope. Pinchos y jazz y funk de fondo. Y muchas cañas. "Son 63 euros", dice Inés Martín, la camarera. David Cano -39 años, ingeniero, opositor durante 4 años- se lamenta y pide sólo dos cañas. "Voy a tener más competencia en las oposiciones. Pero aguantaremos el chaparrón", afirma David. La francesa Isabela Bruno, que trabaja en El Corte Inglés, comenta "la tensión que provoca la crisis". "Han quitado comisiones. Despiden a gente", afirma.
Calle de la Fé. Lavapiés profundo. Chinos, turcos, indios, latinos, mujeres con velo. En la puerta de la bodega Belmonte, tres hombres dominicanos charlan. La crisis casi se palpa. Antonio González -41 años, 4 hijos, obrero- está de "vacaciones forzadas". Yuddy Pérez -28 años, porta equipajes en el aeropuerto- trabaja, pero gana menos: "He cancelado un billete a mi país, no puedo pagarlo", matiza. Génesis González, tras nueve años en la construcción, está en las filas del Inem.
Psicocrisis. Paranoiacrisis. Crisis, como asegura la RAE en su acepción 6, esa "situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese". ¿Sigue la vida? ¿Continua o cambia todo? Una ráfaga de conversación de móvil, en la plaza de Lavapiés, habla de empleo: "Otra vez un trabajo de mierda". María, una gitana que vende frutas en la puerta del Carrefour, dice que "entre la policía secreta y la crisis está arruinada". Dentro del Carrefour, Aurora Martín (nombre ficticio), periodista free lance, compra kiwi, queso de cabra, lomo y un Rioja por 14,92 euros porque "come menos fuera". La crisis se hace más tangible en el restaurante peruano La Fábrica. El dueño es un "agnóstico de la crisis", no habla. Pero los clientes despotrican. Raúl Notario -madrileño, 38 años, artista plástico- muestra su zapato, partido por la mitad: "No soy Miquel Barceló y no vendo nada".
Clase media
11.30, viernes. Galería los Ángeles. Ciudad de los Ángeles, Madrid sur. Jesús Álvarez, prejubilado, recorre el mercado, como cada día. Pan, salchichas, filetes, carne picada. "No tengo crisis, porque sólo me puedo comprar un café al día", afirma. En el mercado, la crisis es la palabra maldita. "Los medios hablan tanto que hay miedo", afirma el pescadero Jerónimo Vidal. Para Marina Calvo, ama de casa, la crisis llegó con el euro, porque "antes llenaba el carrito con 5.000 pesetas y ahora con 50 euros va a la mitad". Chiqui, el charcutero, despacha "menos jamón ibérico y productos caros". Y Mariano Hernández, en la pollería del puesto nº4, "vende un tercio de lo que antiguamente". "Pero no por la crisis -asegura- sino porque la Comunidad de Madrid ha abandonado al pequeño comercio y apoya la libertad de horarios".
Crisis. Consumo que baja. Desempleo que sube. Y miles de nuevos no trabajadores. Parados como Jaime Oviedo -ecuatoriano de 45 años, un hijo- que confesaba su desconsuelo en el INEM de la Ronda de Atocha "porque ha perdido el piso". O como el hermano de Antonia (nombre ficticio), que trabaja en la principal cementera del país. "Los hornos están sin funcionar. Acojona", dice Santa. Y es que la crisis, vocablo-realidad desconocido para muchos, se ha colado en todos los estratos de la sociedad. Hasta en la clase media. Pablo (marido de Antonia), que tiene una pequeña empresa de diseño industrial, "sobrevive gracias un cliente que fabrica máquinas para Bingos". "En este país demolieron polígonos industriales para construir urbanizaciones", dice. Aunque la vida de este matrimonio de Moratalaz no ha cambiado mucho, hay prudencia.
En la de Antonio Guirao (trabaja de mecánico para la alemana Bosh) y Mercedes González (secretaria) también. "No llegamos a fin de mes. Descubrimos hace 4 años la tarjeta de crédito, no sabíamos lo que era", afirma Mercedes. Antonio Guirao -47 años- mira el futuro con incertidumbre. Y al pasado, con cansancio. Estudió mecánica, trabajó de peletero, abrió una frutería. La cerró. Opositó. No ganó la plaza porque "los interinos con peores notas suman puntos y se quedan con el trabajo".
Los ganadores
Plaza de Santa Ana. Hotel Reina Victoria; cuatro estrellas, cafetería fashion, pantallas táctiles con jóvenes haciendo snowboard. Un grupo de funcionarios del Ministerio de Economía toma café. La taza, a unos 3 euros. El menú, a 38. "A esta edad, nos afecta poco la crisis". Dice una de ellas. "No afecta poco pero nunca hemos podido ahorrar mucho", afirma otra mujer. Unas mesas más allá, dos cuarentones ríen. Viven de la crisis. Son abogados "quiebra empresas". "Disolvemos compañías, agilizamos despidos", afirma Pedro Sánchez. "Cuando peor le va a otros, mejor a nosotros", afirma su compañero, que no revela el nombre. Y al otro lado del cristal, la vida, la crisis, los perdedores. ¿La crisis de la RAE, en acepción 5, ese "juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente"? ¿Meditar tras las crisis? Unas calles al norte, en Montera, las prostitutas crisean. "Se ha acabado el negocio en esta calle", dice una ecuatoriana. Wendy, una nigeriana de 28 años, corrobora las palabras. Poco negocio. Sube la crisis, bajan las rosas. Y los placeres.
A 200 metros, en Gran Vía, la fila para comprar lotería en Doña Manolita se estira como la crisis-chicle. "Doña Lourdes comprará dos décimos, para "ver si su hijo se va ya de casa". A ras de suelo, María -mendiga- echa pestes de todo: "Nadie da nada. Me roba las mantas". Crisis. Psicológica, colectiva, invisible, palpable. Crisis, "cambio brusco en el curso de una enfermedad" (Rae, significado 1). ¿Enfermedad-sistema? ¿Neoliberalismo que agoniza?
En la calle Aduana, en la sala The Moon, el día (madrugada del viernes) arrancó con un fiestón de agencias de publicidad llamada Puente Aéreo. Invitaciones de papel. Gente guapa . Y baile, focos, tonteo, maquillaje. Isabel (nombre ficticio), una head hunter, se lamentaba de lo difícil que "está reclutar a altos directivos". Lo peor, que va a comisión. Alberto (nombre falso), un reconocido publicista, despotrica. "Ha bajado todo un 60%. No funciona el sistema. Llega la hora de la revolución personal", matiza.
Y las frases robadas del lado oculto de la luna resumen la vida-burbuja de la nueva España "Aquí hay gente que cagaba en baños de oro, que iba a por el pan en Porche", dice Alberto. "Que viene el lobo, que viene la crisis", grita un joven bailando. Otro protesta: "Otros años era barra libre, este sólo una copa, ¡y de garrafón!", dice el director de una agencia. Crisis total.
De nuevo, en el Lamiak de Antón Martín, la camarera Inés Martín, resume el futuro-incertidumbre de un país: "Tengo una hipoteca de 800 euros. Mi trabajo no es estable". ¿Y cuánto te queda de hipoteca? "24 años".
Sonríe. Sirve cañas. Limpia vasos. Sólo piensa en acabar el día. Cuando amanezca, la deuda de Inés -como el dinosaurio del cuento de Augusto Monterroso- todavía estará allí. Como un cubata adulterado. Como una rosa sin comprar.
PÚBLICO, Domingo 23 de noviembre de 2008
Imagen: Público

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