domingo, 20 de abril de 2008

"Los que compran en el supermercado son ratas de laboratorio"

TONI POLO - Barcelona -
Raj Patel - en la imagen - (Londres, 1972) estudió ciencias exactas, filosofía, economía y sociología; en Oxford, en Londres y en Nueva York. Ha sido profesor en las universidades estadounidenses de Yale y Berkeley y en la surafricana de Kwa Zulu-Natal. Desde 1999, cuando participó en las primeras revueltas antiglobalización (las primeras, al menos, que tuvieron trascendencia mediática), en Seattle, su objetivo de estudio y de trabajo ha sido el impacto de la civilización en el sistema alimentario mundial. Así subtitula además su libro Obesos y famélicos (editado por Los libros del Lince), una documentada y cruda crítica de las paradojas alimentarias que rigen la sociedad actual.
Su libro arranca explicando que el número de personas con sobrepeso en el mundo (1.000 millones) supera al de quienes pasan hambre (800 millones).
¿Le llevó este dato a escribirlo?
Estudiaba los movimientos campesinos y sus derechos en la década de 1990. Digamos que me faltaba algo que conectara el mundo rural con el urbanita. Y ese dato era una paradoja que los relacionaba. Me puse a escribir y tardé tres años en acabar, porque a la vez trabajaba y no tenía tiempo. Así que acabé dejándolo todo para dedicarme al libro.
Una apuesta arriesgada...
¡Y tanto! No tenía ni idea de lo que podría pasar. Tenía muy claro lo que quería: un libro útil para los que empiezan a organizarse para cambiar las cosas. Hay un amplísimo sector, empezando por los vegetarianos...
Dice que la sobrealimentación requiere un sistema de agricultura insostenible...
El sobrepeso es un síntoma y una consecuencia de la manera en que se producen los alimentos. El sistema actual de producción y el consumo alimenticio están sobre la base del capitalismo. Las empresas tienen todos los motivos del mundo para incitarnos a comer más y para ello utilizan nuestras ansias.
¿Cree que se podría ilegalizar?
Ahora está empezando esta clase de combate. En EEUU, por ejemplo, ya hay escuelas que prohíben la venta de coca-colas o de chocolatinas; en Nueva York hay cierto tipo de grasas que están prohibidas en los restaurantes. Pero más que de los malos hábitos en la alimentación, todo es consecuencia de que el poder en la agricultura esté concentrado en pocas empresas.
¿Es un problema de incultura, de inconsciencia o de egoísmo?
Nos cuentan que el sobrepeso es una cuestión individual. Sin embargo, en México, por ejemplo, este problema se hace más común a medida que nos acercamos a la frontera con EEUU. Luego, no es una cuestión individual, sino social. Comemos individualmente, pero nuestros deseos nos los imponen, son sociales. En España, el 10% de los menos ricos son obesos; entre los más ricos, la cifra baja al 7%. En EEUU, el 20% de los que comen fast food [comida rápida o comida basura] lo hacen desde el coche; y no porque les gusten especialmente los coches, sino porque tienen más de un trabajo y entre uno y otro tienen que desplazarse y comer... Todo esto me hace deducir que los países pobres no tienen ningún modo de controlar lo que comen.
Dice que el supermercado es el laboratorio perverso...
Es el elemento central de todas estas paradojas. Te ofrecen todo a precio más barato. Y la gama de elección es muy cerrada: coca-cola o pepsi... O bien manzanas muy bonitas, pero sin sabor.
¿Llegaremos al punto en que los niños crean que las manzanas se fabrican en los supermercados?
Estamos en camino de ello. Hay niños que no salen de la ciudad y nunca verán un manzano.
La arquitectura interior de los supermercados es la ciencia de la compra impulsiva y agresiva. Todo está estudiado: el ambiente, la música, los colores. Y los pasillos, por supuesto, que forman laberintos en los que los compradores no son ni más ni menos que ratas de laboratorio. En Australia, cuando se introdujeron los supermercados, se enseñaba a la gente a saber qué hacer con el carrito. Ahora nos lo enseñan desde pequeñitos. Nos enseñan a formar a los niños a manejar el carrito y van por los pasillos como conductores en prácticas, con una banderita y un carrito más pequeño...
¿Hay otra forma de enseñarles?
Claro que sí. Cerca de donde vivo, en San Francisco, en los barrios pobres han hecho unos patios comestibles, que no quiere decir que se coman, claro, sino que son unos huertos minúsculos, donde la gente cultiva lo que se come a mediodía.
¿Es la ciudad otro laboratorio perverso en el que nos conducen al consumo desesperado?
¡Sí! Me parece una comparación perfecta. Igual que el supermercado, la ciudad también regula nuestros movimientos y nuestras costumbres. Si los pobres, para ir a trabajar, tienen que ir a la otra punta, les será mucho más cómodo comprar su comida en un supermercado, por falta de tiempo. Y es que la idea que se tiene de lo cómodo es un invento social.
¿Es usted optimista?
Mi discurso es como el de Gramsci: "optimista respecto al mundo; pesimista intelectualmente". Tenemos que cambiar las reglas que nos impone una oligarquía, pero no estoy seguro del todo de lograrlo. ¡La esperanza de vida de un niño de cinco años en EEUU es inferior a la de sus padres a esa edad! Y todo por problemas de obesidad y cardiopatías.
¿En manos de quién está el cambio?
Los Gobiernos podrían intentar controlar los precios y aplicar políticas que nos ayuden a comer de un modo más saludable, apoyando la agricultura sostenible, por ejemplo. Pero básicamente hay que romper los oligopolios.


PÚBLICO, Lunes 21 de abril de 2008
Imagen: Público

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